Recuerdo de manera especial la exposición realizada a finales de 2004 en Ciudad Real por varias razones: la primera de ellas, el frio que hacía en la ciudad por aquellas fechas, la segunda, el hecho de ser mi primera visita a la ciudad. En tercer lugar porque fue una visita sorpresa: quería acudir a la exposición pero no tenía muy claro cundo podría ir.
Tomé el AVE -no mucho antes se había inaugurado la línea entre Madrid y Zaragoza - y llegué a Ciudad Real con transbordo en Madrid en poco más de dos horas y media, justo unos minutos antes del momento de apertura de la sala, dándome casi de bruces con Manuel y Candida en la calle Calatrava.

La exposición era una compilación de obra reciente en la que -junto con la ya conocida obra de corte impresionista- empezaba a florecer el artista del abstracto.
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